viernes, 8 de febrero de 2008

As Ermitas


A LAS ERMITAS, DE ROMERÍA

RUTA DE AS ERMITAS.

EN COCHE : Mones, Petín, Freixido, Portomourisco, Lentelaís, Santa Cruz, As Ermitas.

DISTANCIA: 48 Km. ida y vuelta

ANDANDO: Mones, Seixo, O Mullerado, Lentgellaís, Santa Cruz, As Ermitas
DISTANCIA: 20 Km. ida y vuelta

Ir de romería, a Las Ermitas, en los años 1950, era un acontecimiento que con mucho tiempo de antelación ya se vivía: se pensaba, se imaginaba, se fantaseaba sobre como se iba a pasar mejor el día.

Se preparaban los más lindos vestidos que se tenían para lucir en tan gran día. Las mejores viandas que la casa poseía se consumirían en esta romería. La bota llena del buen vino que para consumo de casa especialmente se hacía, ese día alegraba a los romeros durante todo el día. Se conocían a gentes de otras aldeas, se conversaba con ellas, uno se divertía, y, en ocasiones, un nuevo amor nacía.

Durante toda la jornada, por el camino y, luego, en As Ermitas, los romeros se contaban chistes picantes; se gastaban bromas, se hacían comentarios festivos con malicia; entre los jóvenes, secretos al oído se decían, miradas furtivas e insinuaciones amorosas se transmitían más por gestos que por palabras. Reinaban las risas, el buen humor y la alegría. Eran aquellos momentos de expansión y confidencias. Por eso, ir de romería era un gran día.

Había, en el entorno, dos principales romerías: Santo Cristo de Prada, y el Domingo de Resurrección en As Ermitas, que era la más concurrida.

Cuando yo tenía trece años, un día del mes de abril, brillante, despejado, antes del alba, cuando aún lucían las estrellas, allá arriba, en el profundo firmamento, y la luna se iba borrando al empuje del día, con ilusión, sana alegría, que se reflejaba en los ojos y en las mejillas, salí yo, acompañado de mi padre y de los hermanos mayores: Manolo y Amadeo, de San Miguel de Mones. camino de As Ermitas para celebrar la romería del Domingo de Resurrección.

Aquella noche, de sueño inquieto, intranquilo y nervioso, por la excitación que el viaje As Ermitas nos producía, apenas pudimos conciliar el sueño; no obstante, no nos costó trabajo levantarnos cuando todavía faltaban horas para que despertara el día. La causa: íbamos de romería y eso era motivo de mucha alegría. Por fin, había llegado el día con el que habíamos soñado, desde hacía mucho tiempo.

Las alforjas iban repletas de comida. Allí, no faltaba el queso, ni el jamón, ni los chorizos, ni la tortilla, además de la bota llena de vino de la cosecha que para consumo propio, en las bodegas se hacía. Estos alimentos no se consumían todos los días, pero, sí, en abundancia, cuando se iba de romería.

Salimos del pueblo de San Miguel de Mones por el camino de Os Barredos, pasando luego por O Rouso, Alameda, Campelo, Carbitel, Esquivada y As Chas. Aquí, la luz del día, vencía ya a las tinieblas de la noche que se retiraban dejando paso al dorado sol que por el este nacía.

Llegados al término del Seijo ( O Seixo ) que pertenece al ayuntamiento de O Bolo, por una pedregosa vereda, de pronunciada pendiente, orlada por aromáticas plantas, descendíamos hasta el río Jares ( Xares ) que, encajonado entre montañas, desfiladeros y profundos tajos, iba muy crecido, por causa de la lluvia y los deshielos. El ruido de sus rugientes y turbulentas aguas se dejaba oír desde la lejanía, al tiempo que contemplábamos maravillados los escorzos del río y la espuma blanca de sus aguas que se formaba al chocar con las rocas y cantos rodados que en su lecho y orillas había.

Para cruzar el río, existía un humilde puente de madera, envejecida, por el que con dificultades pasaban las caballerías. Aquí, existía un molino movido por las aguas del río al que las gentes de San Miguel de Mones y de otros pueblos vecinos, para moler el centeno, allí, acudían. También existía, cerca de éste, otro molino en el lugar llamado O Mullerado, próximo a la aldea de Barxa. Allí, con mi madre, fui muchas veces a moler el centeno que llevábamos en una caballería.

En estos monótonos y melancólicos parajes, los romanos explotaron, en su día, uno mina de cobre de ( malaquita y calcopirita). Mina que en el siglo XIX aún surtía a una gran fábrica a orillas del río. Además, también abundan en estos parajes otros minerales y rocas como el grauwake que es una excelente piedra para la construcción.

Pasado el río, la pedregosa vereda ascendía, muy empinada, por cerros, colinas y lomas de tierras empobrecidas, dejando a la derecha los pueblos de A Portela, Portomourisco, Autar de Pregos y Chandoiro y, a la izquierda, los de Seijo ( O Seixo), Barja ( Barxa), Celabente y San Martín .
Llegados a la cumbre de estos cerros, de suaves perfiles, redondeados por la erosión, en contraste con sus abruptas pendientes, después de un breve descenso, llegamos al pueblo de Os Lentellaís y, a su altura, a la carretera que va desde A Rúa hasta Viana do Bolo, con ramales a O Bolo y A Veiga.

Por esta carretera, en aquel entonces, había escasa circulación. Pero, cuando pasaba algún coche o camión, con su estruendoso ruido, ponía nerviosas a las caballerías que se encabritaban a su paso. No era fácil sujetarlas para que no se espantasen desbocadas por los campos, echando a perder la merienda que llevaban en las alforjas.

Antes de llegar al pueblo de Santa Cruz, que, entonces, era uno de los importantes de la zona, pasábamos por parajes de viñedos que se cultivaban en abundantes terrazas y bancales en las laderas de las montañas que terminaban en el río Bibei

Desde aquí, se contemplan laberintos de redondeadas y peladas montañas, verticales acantilados, profundas gargantas, tajos, cañones y desfiladeros por cuyo fondo corren las aguas del río Bibei.

A escasa distancia del pueblo de Santa Cruz, se encuentra el paraje llamado A Resurrección, desde donde se inicia el descenso hasta el Santuario de As Ermitas, próximo a las gargantas del Bibei, destino de nuestra peregrinación.

Desde aquí se goza de una extraordinaria vista panorámica y se disfruta de bellos parajes. En el fondo de la escarpada ladera, entre desfiladeros, corre ruidoso por un lecho profundo y tortuoso el río Bibei. En su margen derecha, cerca del río, en una montaña rocosa, en uno de los más ásperos y bravíos parajes de estos lugares, entre rocas abruptas y peladas de color ocre, recostado sobre la ladera, se asienta el Santuario y el pueblo de As Ermitas, que trepa por la ladera, entre bancales y terrazas de viñedos, olivos y árboles frutales.


El Santuario, joya arquitectónica del arte barroco rural gallego, es uno de los monumentos marianos más importantes de Galicia. En estos parajes, desde tiempo inmemorial, vivían eremitas y los vecinos de la comarca y limítrofes veneraban a una imagen de la Virgen. Pero desde 1624, con la puesta en funcionamiento del Santuario, y la relación de sucesos prodigiosos que del lugar se decían, se convirtió en foco de espiritualidad y peregrinación, cuya influencia no se redujo a las zonas más próximas, sino que se extendió a toda Galicia, Asturias, Portugal, León y Zamora, lugares donde los “ ermitaños” o “ santeros” recogían las limosnas de los devotos.

En cada villa o ciudad y en algunos pueblos, como en San Miguel de Mones, había una casa donde vivía un Hermano Mayor de la Cofradía. Allí comía y dormía el “ santero” o ermitaño, durante su permanencia en el lugar. En su casa, estaba expuesta la Virgen para ser venerada por quien lo deseara.

El domingo de Resurrección acudían, costumbre que casi se perdió hoy en día, multitud de devotos a la celebración de los actos.

En aquellos tiempos, para bajar desde A Resurrección hasta el Santuario, existía un rústico camino de pendiente muy pronunciada y escarpada. Ahora, se puede hacer este recorrido por dos carreteras que dulcifican la pendiente mediante curvas muy cerradas.

En este camino, está el Viacrucis que contenía y contiene, 14 estaciones, repartidas por todo su recorrido , de las cuales cuatro están en el Atrio de la Iglesia: dos, en las glorietas situadas en los ángulos exteriores que miran al río Bibei, y dos en los huecos que hay en la parte interior de la Casa - Administración del Santuario. Las demás, se reparten a lo largo del camino, llamado del Desierto.

Todas las estaciones, excepto las del Atrio, se componen de una pequeña capilla de cantería, de forma cuadrada y abovedada. En la fachada de cada una, hay una gran ventana enrejada que deja ver un grupo de estatuas de tamaño natural, trabajadas de forma artesanal que representan las escenas de la Pasión y Muerte del Señor. El número de figuras, inicialmente fue de 59, aumentadas, más tarde, a 62, aunque hoy sólo se conservan 56. Todas las figuras que son sencillas y muy expresivas y tienen un aspecto popular, están talladas en madera de castaño. La calidad de estas tallas, de tamaño natural, las colocan entre las mejores del mundo. Para su realización se inspiraron en el Calvario de la Jerusalén Restaurada del Santuario de Bon Jesús do Monte ( Braga ).


En A Resurrección, hay un nicho, torre cuadrada, de dos cuerpos, rematada por una cúpula piramidal. En el segundo cuerpo, se representa la Resurrección de Cristo.

Iniciábamos el descenso del escarpado camino, parándonos en cada una de las estaciones para contemplar, boquiabiertos, las estatuas que contenían.

En una, Jesús tiene las muñecas atadas con argollas, sujetas a un poste; la espalda, desnuda y curvada, recibe los terribles golpes del látigo que un soldado sin entrañas, con furibunda mirada, llena de odio, rencor y desprecio, con la ferocidad pintada en su rostro, lanza con toda su fuerza sobre Jesús. Desollado hasta los huesos, visibles sus venas y arterias; la roja y sagrada sangre brota de su carne, salpicando el cuerpo del inhumano verdugo. Todo el cuerpo de Jesús está destrozado y ensangrentado. Aquellos sanguinarios sayones, desalmados y envilecidos no se compadecen de Él. Jesús lleva una túnica, una caña como cetro y en la cabeza un casquete de ramas de espino con afiladas púas que se clavan en su cabeza. La escena es terrible y desgarradora.

Contemplando aquel terrible e inhumano drama, una corriente me invadía el cuerpo de arriba abajo. Algo se revolvía en el interior de mis entrañas y, horrorizado, me preguntaba: ¿ por qué le martirizan con tan fiera saña? ¿ Qué delito ha cometido ?

En otra estación, Jesús lleva el pesado madero sobre sus hombros. Los brazos levantados y las muñecas atadas a la cruz, y una soga rodea su cintura. Los soldados están armados con sus lanzas. En el rostro de Jesús, se pinta un intenso dolor.

Con inmensa curiosidad, corríamos hacia otra estación. Jesús estaba caído con la cruz; herido por los golpes recibidos de aquellos feroces y desalmados soldados. Está como asfixiado, los ojos nublados, las espinas de la corona clavadas en su cabeza; la sangre mezclada con el sudor, corriendo por su cara. Aquella visión horroriza y es difícil de soportar.

Nueva estación. Nueva parada, para ver nuevas escenas desgarradoras. Aquí, Jesús se encuentra con su madre. María aparece dolorida al ver al Hijo en aquel estado, como si una espada le atravesara el corazón. Está triste; las lágrimas le bajan por las mejillas. Jesús y María se miran con ternura y amor. ¡ Qué miradas tan dramáticas ! Se entienden con el lenguaje del corazón y del alma!.

En otra estación, un campesino, llamado Cirineo, carga con la cruz de Jesús. Aquella ayuda que Jesús recibe nos causa una sensación de alivio y hasta de gratitud y admiración para aquel hombre.

Pasamos poco tiempo en cada estación, el justo para ver aquellas imágenes torturadoras, tan desgarradoras y expresivas y la escena que allí se vivía.

Continuando el camino, otra estación . Aquí, una mujer sale decidida entre el gentío al encuentro de Jesús y con un paño limpia su rostro. Sentimos admiración y agradecimiento hacia esta valiente mujer que no tiene miedo a los solados y quiere aliviar un poco a Jesús.

Nueva estación. Un grupo de mujeres conmovidas y dolidas, al ver a Jesús en aquella situación, se compadecen de ÉL. Jesús las echa una dulce mirada.


Ahora, en otra capilla, unos soldados ponen a Jesús sobre el madero con los brazos extendidos. Llevan en sus manos clavos y martillo. Uno de ellos, con feroz saña, coloca el clavo en la mano de Jesús, levanta el martillo para , con toda la fuerza de que es capaz, clavarlo en sus manos y en sus pies. De ellos brota un chorro de sangre. Jesús se retuerce por el intenso dolor.

Nosotros, los romeros jóvenes, que veníamos del mundo rural, y no conocíamos estas crueldades sin límites, ni esta saña, contemplando estas escenas con dolor, espanto, indignación y rabia contenida, se nos partía el alma. No comprendíamos como podía haber gente tan malvada. No imaginábamos que esto se pudiera hacer con ningún ser humano y mucho menos con un inocente.

Divisamos una nueva capilla, ¿ qué habrá allí ? nos preguntamos. Corremos veloces para satisfacer pronto nuestra curiosidad. Aquí, hay una escalera y en ella un soldado que clava un letrero en la cruz que dice: INRI, “Jesús, rey de los judíos” .

En otra capilla, los soldados se reparten las vestiduras de Jesús y, con unos dados, echan a suerte su túnica.

Nueva capilla, aquí colocan el cuerpo de Jesús en una tumba y la cierran con una piedra grande en forma de rueda de molino. Los soldados sellan el sepulcro y permanecen, allí, de vigilancia.
Atrio de la Iglesia

En el umbral del Santuario, se encuentra el atrio, de forma rectangular, delimitado por la fachada de la Iglesia; un cobertizo que da hacia el río; la fachada de la Casa - Administración y el camino público. Está pavimentado artísticamente con piedras que forman cuadriláteros y rectángulos que, con guijarros blancos y oscuros, representan figuras muy variadas. A la entrada hay una verja en la que hay pedestales coronados por leones de piedra, que, mirando al cielo, sostienen, entre sus garras, la inscripción AVE MARIA GRATIA PLENA. En el centro del atrio, se levanta un crucero de base cuadrada, compuesta de cinco peldaños que sostienen a una columna de una sola pieza que contiene un zócalo alegórico, base cuadrada cubierta de hojas, fuste acanalado y capitel corintio, rematado por una cruz. En el anverso, se representa a Jesús crucificado y , en el reverso, a la Virgen de la Soledad con Jesús entre sus brazos.
CASA ADMINISTRACIÓN

El cobertizo está apoyado en columnas y, en tiempos de lluvia, sirve de cobijo a los romeros y gentes que visitan el Santuario.

El atrio es espacio público y sagrado. Aquí, en la fiesta de la Resurrección, se concentran los peregrinos, se hace la procesión y se escenifica el acto del “ estoupa” o “ Xudas”.

La impresión que me produjo contemplar el atrio fue de asombro. Yo, y la mayoría de los demás romeros, procedíamos de aldeas rurales donde no había más que rústicas casas construidas con piedra de desnuda pizarra. Las aldeas vecinas que conocíamos eran todas semejantes. A Rúa y quizás O Barco eran los únicos lugares sobresalientes que conocíamos. Por tanto, aquello era, para nosotros, magnifico, algo de fábula.

Las enormes puertas que dan acceso al Santuario, la fachada con sus torres, el sonido de las campanas, los muros de piedra de cantería, los arcos de medio punto, la bóveda, las techumbres, la nave central y las laterales, las tribunas, el coro, y, a veces, hasta el mismo Atrio abarrotado de romeros; los retablos, la imagen de la Virgen iluminada ante la que hincaron sus rodillas gentes importantes… me deslumbraban y me fascinaban. Era yo un aldeano que nunca había visto cosa igual, y mi mente siquiera podía imaginar.

La multitud de sacerdotes de la comarca que concelebraban la Eucaristía; la música divina del órgano, tocada por manos expertas; los dulces cantos del coro; la fuerza misteriosa de las canciones y de la oración colectiva; la profunda atención del auditorio que permanecía extasiado, con la boca entreabierta, sin mover un sólo músculo del cuerpo; el sermón del fraile predicador que enardecía a la multitud, emocionaban y estremecían las carnes, elevaban la fe de los romeros, que nos sentíamos trasladados a regiones celestiales y afianzaban nuestra creencia en algo grande, en un destino futuro, en la eternidad, y suscitaban deseos de entrar en el camino de la perfección, todo esto me enternecía.

La procesión salía al Atrio. La multitud lo llenaba todo . Los enormes gigantes y cabezudos lanzaban sus largos brazos para mantener la gente a raya, para que no invadiera los lugares reservados. La escena del “ estoupa, o quema de Judas “Xudas”, muñeco que simbolizaba al apóstol traidor, que estaba lleno de explosivos, y que cuando lo quemaban explotaban, produciendo un ruido atronador, estremecía de temor a los asistentes. Yo, y mucha gente más, abría desorbitadamente los ojos, el corazón me latía como queriendo salir del pecho, tapaba el rostro con el brazo, me escondía donde podía, para protegerme de aquellos infernales petardos. Pero, en lo más profundo de mi alma, sentía un deleite especial y me regocijaba porque castigaban al que había entregado a Jesús, a aquellos desalmados soldados.

Terminados los actos litúrgicos, después de comprar los recuerdos que en la tienda del Santuario se vendían, por el mismo camino de ida, regresábamos A Resurrección, contemplando de nuevo aquellas feroces imágenes de las estaciones. En el paraje de A Resurrección se consumirían las sabrosas viandas que esperaban en las alforjas de las caballerías.

La multitud buscaba un sitio donde poder sentarse en la pradera, cosa nada fácil, porque todo estaba lleno de gente y, apenas, había un hueco donde colocarse.

Los romeros sacaban la merienda y la colocaban sobre un improvisado mantel, o simplemente sobre la pradera. Pan centeno, chorizos, jamón, queso, tortilla de patatas, bota con vino y frutas: todo un festín para aquella época de penuria económica, se consumiría con buen apetito.

Luego, por familias, se sentaban en la pradera, alrededor de las viandas. El espectáculo multicolor era muy festivo. Los romeros vestidos con sus mejores ropas y adornados con distintos abalorios, gozaban en plenitud de la vida. El bullicio, la alegría, la jarana, la felicidad de aquella gente del pueblo, llena por dentro de emociones, inundaba todo el ambiente y se transmitía a los grupos más próximos. La intercomunicación era un elemento importante de la romería.

Aquellos olores de la merienda que excitaban el apetito, las confidencias, los chistes picantes, la dulzura de las gentes, cautivaban el espíritu de los romeros. ¡ Qué ocurrencias, qué fina malicia, qué perspicacia, qué sesgo tan festivo, qué coquetería tan provocativa la de aquellas mozas serranas, qué picante atractivo, qué miradas furtivas, qué estruendosas carcajadas y risotadas, qué espíritu tan lleno de luz y contagiosa alegría, el de aquellos muchachos y muchachas de la romería, que, además, eran graciosos, amables, bulliciosos, vivarachos, llenos de vida. ¡A veces, fingían un rubor que no sentían ! La alegría le inundaba el corazón y la inmensa satisfacción y el intenso placer le saltaban por los ojos y mejillas.

Los ensueños adolescentes permitían a la imaginación desbocarse y construir, en su mente, románticas aventuras que le transportaban a regiones desconocidas, pero, muy atrayentes y sugestivas.

Terminada la comida, la jarana seguía. Después, había que iniciar el regreso a los lugares de partida.

Pero antes, llegados al pueblo de Santa Cruz, la música ya tocaba y la gente bailaba y se divertía. Era el último colofón de aquel maravilloso día. Los jóvenes romeros bailaban un buen rato, muy juntitos, muy amartelados, dirigiéndose melífluas miradas, hablando en melosos tonos, diciéndose frases dulces, cariñosas, bonitas, y requiebros de todos los gustos y valía.

Después de todas estas excitantes experiencias vividas, en tono de buen humor, regresábamos, al atardecer, satisfechos a nuestras casas, en las que seguiríamos recordando, durante largo tiempo, las hazañas de aquel maravilloso día.

Hoy las cosas han cambiado. El Seminario que existía en el Santuario, que daba vida y esplendor As Ermitas, ha sido cerrado. Ya no hay romerías como aquellas. Sólo unos pocos sacerdotes, pertenecientes a la Congregación de los Carismáticos, son los que atienden al Santuario y los pueblos del entorno, realizando, por otra parte, actividades de ayuda social para gente muy necesitada.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Otro nuevo recital nos ofrece Antonio con el relato de la afamada Ruta de As Ermitas - partiendo de Mones-, en el que realiza una rica, evocadora, y completísima descripción de la ruta, del Santuario y de la romería que tenía lugar con motivo del Domingo de Resurrección. A mí me traslada directamente a los tiempos de mi infancia. Ir a Las Ermitas era una aspiración, un deseo, un gozo indescriptible solamente con pensarlo. Cuando se acercaba la fecha te sentías inquieto y nervioso por si llegado el momento te dejaban en casa. Yo, en una ocasión que suspiraba por ir, una fiebre de romper el termómetro se arrimó a mí y en la cama me dejó espatarrado como si fuese un sapo moribundo, y todos mis afanes se diluyeron como un azucarillo en agua caliente.

Creo sinceramente que tus narraciones se ajustan milimétricamente a las ilusiones, a las ansias, al sentir de todos por comparecer en As Ermitas en fecha tan señalada: el Domingo de Resurrección. Y también coinciden en los parajes, caminos, senderos y carretera que se transitaban hasta llegar al legendario Santuario. Por esos caminos y senderos hoy no sería posible circular al quedar cubiertos por espesos matorrales. El puente de madera de O Castelo, sobre el río Xares, hace muchos años que se derrumbó. Sin embargo, tu relato es un documento perenne e ilustrativo para todos aquellos que se sientan interesados en conocer acontecimientos del pasado. Y en todo caso la ruta hasta As Ermitas se puede realizar por otras vías y medios. Ya estoy deseando emprenderla.